Hace unos días la Dra. Hanna Oktaba nos compartió un artículo que es una joya para Temachtiani, como ella mismo lo denominó ¡Y vaya que le hace justicia a lo dicho! Se trata de una serie de anécdotas sobre su vida académica y personal reunidas en un texto escrito en 1995, para un Programa Universitario de Género (que tristemente ya no existe), cuyo objetivo era abordar el tema de la mujer en la ciencia.

Estuve dándole muchas vueltas a ésta introducción, pero después de leer la primera página ya no tuve ganas de escribir nada, quería compartirla en ese momento 😍 así que… ¡a lo que venimos! Será una historia en capítulos porque es algo extensa y así le ponemos más emoción a esto, aunque estoy segura que desde los primeros párrafos les va a encantar.

Vayan por las palomitas ¡Ahí va el primer capítulo!

(La nota está narrada en primera persona porque es una transcripción del artículo original, la autora es la Doctora Hanna Oktaba)


1995

Actualmente soy coordinadora de la Maestría en Ciencias de la Computación con sede en el IIMAS, UNAM. Tengo el doctorado en el área de Computación, por la Universidad de Varsovia y soy una mujer feliz.

¿Por qué soy una mujer feliz? 

Lo trataré de explicar recordando los momentos de mi vida que han influido para que mis aspiraciones no solamente fueran las de tener una vida familiar agradable y feliz, también aspiré a tener un desarrollo personal que me llenara de satisfacción, un desarrollo personal relacionado con la actividad académica.

Contexto social

“Nací en Polonia, no voy a decir cuándo, pero ya hace bastante tiempo. Después de la II Guerra Mundial, en Polonia la posición de la mujer se igualó con la de los hombres. Por razones económicas y porque muchos perdieron la vida durante la guerra o emigraron, y fueron principalmente las mujeres quienes estaban a cargo de levantar el país después del desastre que dejaron los seis años de guerra.

Las mujeres, incluyendo a mi madre, se casaban muy jóvenes, (si es que lograban casarse, porque había escasez de hombres), y tenían hijos muy pronto. Mi mamá se caso a los 19 años y a sus 20 nací yo, y como todas las mujeres en esa época, empezó a trabajar en cuanto me tuvo.

Prácticamente todas las mujeres, aparte de su vida familiar normal, es decir, tener hijos y responsabilidades relacionadas con el hogar, también tenían una vida profesional. Bueno, no profesional, sino que tenían que trabajar para mantener o contribuir al sustento de la familia.

Yo crecí en ese ambiente; para mí era normal que las mujeres se desarrollaran en las dos actividades. Hasta se hablaba en Polonia de que las mujeres trabajaban en dos frentes: uno era el trabajo como los hombres, en su oficina o fábrica, con el mismo horario, con las mimas obligaciones y, gracias a Dios ¡con el mismo sueldo!, y el otro, era el trabajo relacionado con los quehaceres domésticos como hacer compras, preparar la comida, lavar la ropa, etcétera.

En Polonia, aunque ustedes no lo crean, durante mi infancia, y prácticamente hasta la fecha, no existió el concepto de tener ayuda en los quehaceres domésticos. La posibilidad de “tener muchacha” es algo que conocí hasta que llegué a México.

Los dos frentes

El trabajo de la mujer en Polonia era muy duro, pero a pesar de eso, todas trataban de desarrollarse en el frente laboral y el frente familiar con todas las ganas y esfuerzos posibles. Y como esos esfuerzos eran bastante intensos, a los hombres no les quedaba de otra más que apoyar a las mujeres en los quehaceres domésticos. Yo me acuerdo que mi padre, aparte de sus dos trabajos (para obtener mayores ingresos para mi familia), porque mi padre es obrero, apoyaba mucho a mi mamá en la casa. Compartían todas las labores como limpiar, lavar la ropa, y demás. Bueno, en ese ambiente crecí yo.

Por las actividades de mi madre, desde chiquita estuve en el jardín de niños y luego, cuando empecé a estudiar la primaria, me quedaba en la escuela. Debido a que la mayoría de las madres trabajaban en un horario de 8 de la mañana a 4 de la tarde, teníamos que empezar la escuela a las 8, terminábamos a la una de la tarde y nos quedábamos porque la escuela ofrecía a los niños la oportunidad de tener una comida y estar ahí hasta las 4 o 5, cuando nos recogían los padres.

Durante las tardes en la escuela no solamente hacíamos la tarea, sino también actividades artísticas, pintábamos, bailábamos y hacíamos deportes. Durante toda la semana, de lunes a sábado, pues en mi infancia no había fines de semana de dos días. Nosotros los hijos estábamos bajo la custodia de nuestros profesores o de gente que nos cuidaba en las tardes.

Nuestro contacto con los padres se restringía prácticamente a la hora de la cena y a los domingos.

Me pareció importante mencionar el contexto de mi infancia porque creo que fue muy distinto al contexto con el que crecieron las mujeres mexicanas de mi edad.

Tratando de entender qué fue lo que me ha impulsado para buscar una carrera científica en mi vida, me llega a la mente un primer recuerdo de importancia, precisamente de la primaria.”


El segundo capítulo lo pueden leer en: “Familia vs Escuela”

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